Aquí estamos otra vez… tú y yo.
Sobras. Así te llaman. Como si fueras lo que queda, lo que sobra, lo que ya no tiene valor. Pero no es cierto, ¿verdad? Es que… a veces me cuesta tomarte en serio. Llegas aquí, a mi nevera, con buenas intenciones. Un plato bien hecho, tal vez del día anterior, quizás de una cena en la que cociné de más porque siempre pienso que voy a tener más hambre de la que en realidad tengo. Y aquí estás, esperando, día tras día, hasta que se me olvida que existes.
Te veo cada vez que abro la puerta. Esa tapita de plástico, esa bandeja de aluminio con los restos de lasaña… No te olvido, claro que no. Pero siempre te digo: “Mañana. Mañana me ocupo de ti”. Y mañana, resulta que me compro algo rápido. Y pasado mañana, lo mismo. Y luego, te empiezas a ver… raro. Un color medio sospechoso. Un olor que no era parte del plato original, ¿sabes?
Y entonces llega el momento inevitable. El de la decisión final: ¿te doy una oportunidad más? ¿O…?
Claro, la bolsa de basura está siempre lista. Siempre esperando a que diga: “Basta. No más”. Pero entonces me pregunto… ¿es culpa tuya o es mía? Tú no pediste terminar ahí, atrapado entre recipientes plásticos, esperando una segunda vida que nunca llega. Y yo, yo me prometo que voy a ser mejor. Que la próxima vez no habrá sobras, que cocinaré lo justo, que te aprovecharé antes de que sea tarde. Pero aquí estamos.
Es como si la nevera fuera una especie de limbo… para todo lo que no supe terminar. Un purgatorio gastronómico. Y mira que me duele tirarte. Me duele porque, cuando te cociné, había algo de amor, algo de intención. Cada plato que hago es una pequeña promesa. Pero a veces, la vida se interpone, ¿no? Pedimos algo de fuera, o simplemente nos olvidamos. Y tú, ahí, esperando tu destino, preguntándote: “¿Seré parte del festín otra vez o mi final es el fondo de esta bolsa?”
Bueno… quizás es un ciclo natural, un ciclo humano. Guardamos cosas pensando en un futuro mejor, un futuro más organizado, más eficiente, donde todo lo que hacemos tiene sentido, pero… la verdad es que somos un poco desastres. Y no es solo la comida, ¿eh? Es un reflejo de tantas cosas más que dejamos a medias. Proyectos, promesas, sueños…
Tal vez no eres solo comida. Eres un recordatorio. Un recordatorio de que, a veces, las cosas no salen como las planeamos. Y eso está bien. Porque al final, lo importante es que lo intentamos, ¿no? Que cocinamos con ganas, que vivimos con ganas, aunque no siempre lleguemos al final perfecto.
Bueno… ahora sí. Creo que es hora de tomar una decisión. Quizás hoy, por fin, te doy otra oportunidad.