¿Alguna vez has intentado detener el agua de lluvia? Yo sí. De niño, jugaba a construir canales en el jardín de mi abuela. Con palos, con piedras, con mis propias manos, trataba de dirigirla, de darle forma. «Por aquí, agua, por aquí», le decía. Y al principio me hacía caso. Me sentía un pequeño dios, controlando su curso.
Pero siempre había un momento… un momento en que ella decidía que ya no. Sin avisar, sin pedir permiso, se salía de mis caminos y encontraba otros. Se filtraba entre las grietas, se desbordaba, me arruinaba el juego. Y ahí estaba yo, frustrado, embarrado hasta las rodillas, intentando entender por qué no hacía lo que yo quería.
Con los años, entendí que no era un juego. Porque seguimos haciéndolo, ¿no? No solo en los jardines, sino en nuestras ciudades, en nuestros campos. Levantamos muros, desviamos ríos, ponemos barreras, convencidos de que podemos controlarlo todo. Pero el agua… el agua siempre encuentra otra manera. Siempre.
Y lo peor es que cuando lo hace, lo hace a lo grande. Se lleva calles, casas, cultivos… vidas. Todo porque no entendimos una cosa tan simple: el agua no sigue nuestras reglas. Tiene sus propias leyes, sus propios caminos. Y cuando la forzamos, cuando tratamos de imponerle los nuestros, solo le damos más fuerza para buscar una salida.
¿Sabes qué es lo más inquietante? Que el agua, cuando decide desbordarse, no lo hace con maldad. No es un castigo, no es un enemigo. Solo… sigue su curso. Porque eso es lo que hace. Y nosotros, mientras tanto, nos quedamos ahí, mirando las inundaciones, los destrozos, preguntándonos «¿por qué?». Como si fuera un misterio. Pero no lo es. Nunca lo fue.
A veces pienso que no escuchamos. Que la tierra, la lluvia, el agua, nos hablan todo el tiempo, pero estamos demasiado ocupados con nuestros planes, con nuestras soluciones rápidas. Queremos que todo sea predecible, controlado. Pero la vida no es así. El agua no es así.
Así que, ¿qué hacemos? Tal vez deberíamos aprender a respetarla. A trabajar con ella, no contra ella. Porque si algo he aprendido es que no importa cuántas veces la encierres o la desvíes… ella siempre encontrará otra vía. Y cuando lo haga, será impredecible, será poderosa, y tú estarás ahí, una vez más, sorprendido.
El agua siempre encuentra su camino. Siempre. ¿Y nosotros? Nosotros solo podemos aprender a caminar con ella.