Nunca pensé que decir esto sería fácil, pero… cuando ella me dejó, no todo fue tan malo como pensé que sería. Al principio, obvio, me dolió, como si me hubieran arrancado el corazón y se lo hubieran llevado. Ya sabes, esa sensación en la que crees que todo se va a la mierda porque, bueno, te dejaron. Fin del mundo, ¿no?
Pero, ¿sabes qué pasó después? Algo raro. Algo que no esperaba en lo más mínimo. Empezó a irme bien. Y no hablo de un «bien» normal, sino de una especie de… racha de buena suerte que llegó, así, de golpe. Como si el universo dijera: “Tranquilo, te quitamos algo, pero te devolvemos otras cosas.”
Primero fue algo tan simple como los amigos. Es curioso, ¿no? Durante mi relación, sin darme cuenta, me fui alejando de la gente. De repente, todos mis planes giraban en torno a ella. Si no estaba con ella, estaba hablando de ella. Mis amigos empezaron a quedar en segundo plano, y ellos, pues, se alejaron también. Yo pensaba que estaba bien, que era lo normal.
Pero cuando se fue, algo cambió. Empecé a tener tiempo para mí, y en ese espacio, ellos volvieron. Al principio, les escribí con esa mezcla de culpa y ganas de reconectar, esperando que me dijeran: «¿Ahora te acuerdas de nosotros?» Pero no fue así. ¡Para nada! Fue más como un: «¡Ya era hora! Te extrañábamos». Volvimos a salir, a reírnos de cualquier tontería, como antes. Y me di cuenta de que los había echado mucho más de menos de lo que pensaba.
Recuperé a mis amigos y, con ellos, algo de mí mismo que había perdido.
Y no solo fueron los amigos. Empecé a sonreír más, a sentirme… ligero. Fue como si me quitara una mochila de encima. No porque ella fuera mala persona ni nada de eso, para nada. Pero a veces, cuando estás en una relación que ya no funciona, te sientes atrapado sin saberlo. Y cuando finalmente te sueltas, es como si pudieras respirar mejor. Como si, de repente, el mundo tuviera más color, más oportunidades.
Así que empecé a salir más, a conocer gente nueva. ¡Vaya sorpresa la de darme cuenta de que soy más sociable de lo que pensaba! ¡Yo! El tipo que prefería quedarse en casa viendo series. Me vi en conversaciones, tomando cafés, y hasta yendo a fiestas sin sentirme como un extraño. ¿Y sabes lo mejor de todo? No lo estaba forzando. Estaba disfrutando.
Y ahí fue cuando el trabajo… ¡Bam! Las cosas empezaron a encajar solas. De verdad, nunca pensé que el trabajo también mejoraría. Yo llevaba meses estancado, sin muchas ganas, haciendo lo justo para no meterme en problemas. Pero, de repente, comencé a sentirme más motivado. Ya no tenía esa distracción en la cabeza, ya no había discusiones, ni ansiedad sobre dónde estaría mi relación dentro de un mes. Solo tenía mi trabajo, mis amigos, y tiempo para mí. ¡Tiempo!
Mira, no es que ahora esté diciendo que las relaciones sean malas o que el amor te arruine la vida. Pero lo que aprendí es que, a veces, lo mejor que te puede pasar es que algo termine. Porque cuando algo acaba, otro montón de cosas empiezan. Empecé a disfrutar de mi vida de una forma que había olvidado. Y no es que todo sea perfecto ahora, pero… me siento bien. Me siento yo.
Así que, al final, cuando ella se fue… me encontré. Encontré a mis amigos, mi alegría, mi motivación, mi vida. ¿Y sabes qué? La suerte… a veces, llega cuando menos te lo esperas.