Es curioso… el silencio. Nunca entendí a la gente que le teme. Siempre lo he encontrado fascinante, como si, en esa ausencia de ruido, pudieras escuchar cosas que normalmente ignoras. No las voces de los demás, sino… las tuyas. Las que guardas tan dentro que ni siquiera sabías que estaban ahí.
A veces me siento como un espejismo. Estoy aquí, pero no sé si realmente me ven. ¿Te ha pasado? Estar rodeado de personas, pero sentirte completamente invisible. Como si fueras aire. Como si tu voz no pudiera traspasar la barrera del ruido.
Nos han enseñado a llenar todo con palabras, ¿verdad? A hablar, a opinar, a gritar si es necesario, pero… ¿cuántas veces hemos aprendido a callar? A escuchar. A escuchar de verdad. No solo a los demás, sino… a nosotros mismos.
Hay días en los que pienso que he olvidado cómo escucharme. Todo es tan rápido… tantas expectativas, tantas voces diciéndote quién debes ser, qué tienes que hacer, qué camino es el correcto. Y te pierdes. Te pierdes en medio de ese caos, de esa constante exigencia de ser perfecto, de ser algo que quizás nunca quisiste ser.
Hoy… hoy decidí detenerme. Solo un momento. No quiero respuestas. No quiero soluciones. Solo quiero escucharme. Escuchar ese murmullo que llevo dentro y que por tanto tiempo he ignorado. Porque tal vez, en ese silencio, encuentre algo que he estado buscando desde siempre. Algo que no me han dicho, que no me han impuesto… algo que es solo mío.
Y me doy cuenta… tal vez el silencio no sea la ausencia de ruido, sino el espacio donde puedo encontrarme a mí misma. Donde puedo recordar quién soy, sin etiquetas, sin máscaras, sin expectativas. Y si soy honesta… eso me da un poco de miedo.
Pero también me da paz. Porque en ese silencio, en esta quietud… soy yo. Y por primera vez en mucho tiempo… eso es suficiente.