Siempre he pensado que ir a comer solo no debería ser gran cosa, ¿no? Quiero decir, es solo una comida. Entrar, sentarse, pedir algo, comer, y listo. Nada del otro mundo. Así que… aquí estoy. Solo yo, con mi estómago vacío y mis expectativas bajas. Claro, podría haber pedido algo para llevar, pero pensé… ‘No, date el gusto. Siéntate. Disfruta’. No suena tan difícil.
Entro al restaurante y todo está normal, hasta que noto las mesas llenas de gente riendo, hablando, compartiendo. Y aquí estoy yo, uno solo, esperando que me asignen una mesa. ‘Mesa para uno’, les dije. Como si hubiera necesidad de decirlo en voz alta. El chico de la entrada sonríe, pero noto esa mirada, esa leve sorpresa. Como si hubiera dicho algo extraño, algo fuera de lugar. ¿Tan raro es que alguien venga a comer solo?
‘Sígueme’, me dice, y lo hago. Me lleva por este pasillo… un pasillo que, de repente, parece interminable. Y entonces empiezo a sentirlo. Las miradas. ¡Dios, cómo se siente! No me lo esperaba. Es como si al entrar solo, me hubiera vuelto el espectáculo del día. Gente girando la cabeza, sonrisas que se desvanecen, cuchillos y tenedores que se detienen en el aire por un segundo. Es como si el simple hecho de que esté solo los incomodara, como si… no sé, les recordara algo.
Y ahí van, mirándome. Intento evitarlo, no quiero devolver la mirada, porque si lo hago, siento que confirmo lo que ya piensan: que estoy solo, que no tengo a nadie. ¡Qué locura! ¿Por qué estar solo en un restaurante me hace sentir tan… expuesto? Es como si la soledad no fuera algo que puedas esconder en un lugar así, como si todo el mundo la viera, como si la llevara en la cara, colgada del cuello como un cartel.
El camarero sigue caminando, y yo lo sigo. Me pregunto cuántas mesas más tengo que pasar, cuántos ojos más clavados en mí. Y, no sé, me siento aún más solo. Más pequeño, más insignificante. Como si cada paso que doy reafirmara que no pertenezco aquí. Tal vez la comida sabe mejor cuando alguien más te acompaña, cuando puedes compartir una palabra, una mirada, un chiste tonto.
Y al final, aquí estoy. Una mesa pequeña, justo en el rincón, como para no molestar. Siento las miradas desvanecerse lentamente, pero el vacío… ese no se va. Sigo aquí, y aunque haya gente alrededor, la soledad sigue sentada conmigo. Ir a comer solo no era gran cosa, ¿verdad?
Sí, claro. Solo una comida… ¿Qué podría salir mal?