¿Alguna vez te has sentido… roto? Como si el mundo a tu alrededor siguiera avanzando, pero tú te quedaras atrapado en el mismo lugar, sin poder moverte. Es como si todo lo que eras, todo lo que soñabas, se desmoronara de golpe. A veces no es una gran tragedia, no es un terremoto que sacude tu vida, sino pequeñas grietas, imperceptibles al principio. Pero un día, te das cuenta de que estás lleno de ellas. De que ya no eres quien pensabas que serías.
Me pasó a mí. No voy a contarte una historia de película, nada grandioso ni extraordinario. Solo… mi vida. Hubo un momento en que todo dejó de tener sentido. Sentía que no era suficiente, que no era lo que los demás esperaban, y lo peor de todo… que no era lo que yo esperaba de mí.
Me miraba al espejo y veía una versión borrosa de lo que solía ser. O, más bien, de lo que imaginaba que debería ser. Porque esa es la trampa, ¿no? Las expectativas. Las que nos ponemos y las que nos imponen. Nos convertimos en nuestros peores jueces, y nos castigamos por cada error, por cada falla. Como si fuéramos robots programados para la perfección.
Pero entonces, un día, me di cuenta de algo. Algo pequeño, pero que lo cambió todo. Me di cuenta de que no estaba roto. Estaba… cambiando. Como una semilla que tiene que romperse para que la planta crezca. No era el fin de algo, era el comienzo de algo nuevo. No se trata de volver a ser lo que eras, porque lo que eras ya no existe. Se trata de descubrir en quién te estás convirtiendo.
La vida no es una línea recta. Y, ¿sabes qué? Está bien tropezar. Está bien equivocarse. Porque cada caída, cada error, es una lección disfrazada. No es fácil verlo cuando estás en el fondo, cuando sientes que no hay salida. Pero te prometo… siempre hay una.
No me malinterpretes. No fue magia. No hubo un momento glorioso de transformación repentina. Fue lento, fue doloroso, pero… fue mío. Y me di cuenta de algo más: el éxito no es la meta, es el proceso. La superación no es llegar a la cima, es aprender a levantarte cada vez que caes.
Y aquí estoy. Todavía cometo errores, todavía tengo días en los que dudo de mí mismo. Pero ya no me castigo por ello. Aprendí a ser amable conmigo, a entender que no necesito ser perfecto. Que solo necesito ser mejor que ayer. Y mañana… mañana seré mejor que hoy.
Así que, si alguna vez te sientes roto, si alguna vez piensas que no puedes más… recuerda esto: no estás roto. Solo estás cambiando. Solo estás creciendo. Y créeme… eso, eso es lo más humano que puedes ser.